De los miles de estudiantes de contabilidad que conocí en mi labor docente ejercida en la Universidad Nacional del Callao, un caso muy especial fue el de Marisela. Fui su profesor de un curso en el que desarrollábamos las Normas Internacionales de Información Financiera, y fue una excelente alumna.
Un
día me enteré de que su padre era contador de profesión y de vocación. Tanto era
el apego paterno a la contabilidad, que había bautizado a su primogénito -el
hermano de Marisela- como Lucas Pastor, en homenaje al prohombre de la ciencia
contable llamado Lucas Pacciolo. Pero la obsesión de aquella familia por la contabilidad
había ido más allá. El abuelo paterno de Marisela había tratado durante años de
construir una nueva teoría contable con base en un novedoso mecanismo que él
había bautizado como la partida cuádruple. Al no lograr su cometido luego de
interminables noches consagradas al tema, acabó por perder el juicio y un día lo
vieron en un cruce de avenidas, ataviado con una gorra, una casaca verde y un
bastón de madera, pretendiendo dirigir el tránsito. Así estuvo, como policía ad
honorem, hasta que lo internaron en el hospital Larco Herrera, el más conocido
nosocomio para orates de Lima.
Marisela era esbelta y de rasgos armoniosos. Su cabello larguísimo, ligeramente ondulado, y su sonrisa perfecta realzaban su belleza. Pero, lo que más agradaba en ella, era su voz. Un timbre cálido, gentil, optimista y educado la diferenciaba de la gran mayoría de sus compañeras. Durante el semestre en que fui su profesor, pude notar que ella se sentía fuertemente atraída por su compañero Alexander, joven apuesto y de ojos claros. En verdad, a mí la belleza masculina siempre me ha parecido peligrosa. Alguna vez leí unas declaraciones de una famosa artista europea, quien dijo “los hombres guapos me dan náuseas”.
El caso es que Marisela estaba enamorada de aquel compañero. Así me lo aseguraron algunos de sus condiscípulos. Pero también me contaron que el amigo Alexander era un mujeriego incorregible. En la Universidad había tenido cinco enamoradas, y sus amoríos eran tan efímeros como crueles. Abandonaba a las chicas sin ningún remordimiento. Luego iba en busca de su siguiente conquista, siempre respaldado por su innegable atractivo físico.
Pasaron los semestres, y Marisela fue nuevamente mi alumna, esta vez en el curso de Matemática Financiera. Su amor imposible Alexander se había rezagado un poco, pues había sido desaprobado en el curso de Contabilidad de Sociedades por el profesor Verrastiguel. Este profesor siempre mostraba un semblante triste pues había sufrido un trauma cuando, al acudir a un hospital del Seguro Social por un problema en la próstata, en forma repentina y brusca lo auscultó un urólogo africano.
Hasta que llegó el día. Una tarde, Marisela, radiante, me lo contó. Por fin había iniciado una relación con aquel efebo, tanto tiempo esperado, llamado Alexander.
-
O sea que se dieron
el primer piquito -le dije, a modo de broma.
-
Bueno -vaciló ella-,
la verdad es que fue un tanto excesivo.
-
¿Acaso fue
irrespetuoso?
-
Alexander es lindo. Esa mirada me derrite. Pero sus manos…
-
¿Fue muy manolarga?
-
No sé si contárselo a
usted…
-
Solamente te digo que
nunca olvides que en una relación caprichosa y apresurada el varón obtiene placer,
y la mujer solamente obtiene futuros sentimientos de culpa -recomendé yo, con
toda la sabiduría de mis canas.
-
Es que, bueno, Alexander,
en esta primera cita me trató como si tuviésemos un largo tiempo como pareja. Insistió
en que fuésemos a un hostal de la avenida Faucett.
No entiendo su premura. Parece como que tuviese prisa en lograr placer… como
si el tiempo se le acabara.
-
Bueno, es que tal vez te ve como un activo…
-
¿Cómo un activo? – se sorprendió ella.
-
Por supuesto. Recuerda lo que dice el Marco Conceptual
de las NIIF sobre los activos: “Un activo es un recurso económico presente controlado
por la entidad, proveniente de hechos pasados, que tiene el potencial de
producir beneficios”. Dime, ¿él te controla?
-
Sí, y no puedo evitarlo.
-
¿Sientes que tienes el potencial de producir
beneficios para él?
-
Parece que él solamente quiere beneficios sexuales…
-
¿Y tú piensas proporcionárselos?
-
¡Siento que no podré negarme! ¿Qué hago?
Marisela
se cubrió el rostro con las manos. Era el eterno dilema femenino. Ceder o no
ceder ante los apetitos del macho. No era la primera vez que una alumna me
confiaba un problema semejante. Pero era una decisión absolutamente personal y yo
me abstuve de darle más consejos. Después de todo, ella tenía un padre y una
madre a quienes acudir. Y a mí, Dios no me concedió ninguna hija.
Durante dos semanas no asistió a mis clases. Un día, al pasar por un aula que tenía la puerta entreabierta, la vi nuevamente, sentada en su carpeta y muy concentrada. Estaba asistiendo al curso de Tributos, y su profesor era el colega Juan Samanez Pantaleón, conocido por los demás docentes como Juancito. Este docente, corto de estatura pero parlanchín, movedizo, taimado y con una energía inagotable, se había ganado fama de falso y traicionero. Contaba con muchos detractores en la Facultad. Uno de ellos, el profesor Cavalier, siempre decía que Juancito era descendiente directo de Caín y de Judas.
Aunque de talante habitualmente serio, Cavalier a veces contaba algunas historias jocosas, indudablemente ficticias, pero igualmente divertidas. Explotando el hecho de que Juancito hacía alarde de una conducta piadosa y siempre mencionaba algún párrafo de la Biblia, un día me dijo lo siguiente:
- Ahora Juancito se hace el beato, pero en su juventud arrasaba con todas las mujeres que encontraba. ¡Estaba obsesionado con el sexo! Cuando tenía doce años fue con una vecinita de once a un parque. Se sentaron en una banca y allí, luego de conversar horas y horas, se dieron un beso. ¡El primer beso de sus vidas! Entonces la chiquilla se emocionó y le dijo: “Juan, Juan; siento mariposas en el estómago. Dime, ¿tú también sientes mariposas?”. “Sí, yo también siento mariposas” reconoció Juan, “¿En el estómago?” insistió ella. Pero él contestó “No, en los huevos”.
-
Me han dicho que tu Alexander
ha tenido ya muchas enamoradas aquí en la Universidad. Por precaución, no
entregues tu corazón por completo. No te conviertas en su esclava.
-
Pues es sencillo. Es
la aplicación prospectiva. El pasado se deja atrás. Solamente se mira hacia el futuro.
¡Desde aquí para adelante!
-
Comprendo, comprendo.
Además, veo que estás mirando unos avisos sobre unos terrenos que están en venta.
¿Acaso estás pensando lo que yo sospecho?
Yo no pude ocultar mi escepticismo. Todo lo que había escuchado del tal Alexander me hacía dudar. Además, lo que recordaba de él cuando fue mi alumno junto con Marisela, era la imagen de un muchacho sumamente egoísta y desconsiderado, incapaz de sentir amor verdadero. Ni siquiera amistad verdadera.
-
¿Ya te olvidaste? La
NIC 16 Propiedad, planta y equipo dice que, por excepción, sí se pueden depreciar
las minas, canteras y vertederos.
-
¡Es verdad! Usted
siempre será mi profesor…
-
Además, recuerda que depreciación
y desvalorización no son lo mismo. Un vehículo del activo fijo se deprecia en
función del tiempo y del uso. Pero si su vida útil disminuye por causa de un
accidente, o su precio baja por causa de una importación masiva que satura el
mercado con esos vehículos, esa pérdida de valor no se registra como
depreciación sino como desvalorización. Eso lo regula la NIC 36 Deterioro del
Valor de los Activos.
- Usted, siempre pendiente de nuestra formación profesional. Pero tengo el convencimiento de que mi relación con Alexander no se depreciará ni se desvalorizará. Mil gracias.
Se alejó, segura de su amor y esperanzada en su futuro. Pero yo, que de augur no tengo ni un cabello, albergaba malos presentimientos para aquella hermosa muchacha.
Por aquellos días, se produjo la votación para elegir al nuevo Rector. En aquel tiempo, la Asamblea Universitaria era la que tenía esa prerrogativa. Aún no se instauraba el voto universal de docentes y alumnos. Candidateaba el colega contador público Carlos Furtado, que había sido decano de nuestra Facultad. El inefable Juancito era miembro de la Asamblea, y le había asegurado al profesor Furtado que contaba con todo su apoyo y, por supuesto, con su voto. Cavalier juraba que había visto a Juancito adulando a Furtado y brindando con él anticipadamente por la victoria en el proceso electoral.
- ¡Créeme, alzaron sus vasos y, para brindar, cruzaron sus brazos como Ben – Hur con el romano Messala! Furtado no debería confiar en él. Juancito está habituado a traicionar sin remordimientos.
Inicialmente, Furtado era el favorito. Pero algunos días antes de la votación, la tendencia varió y el ingeniero Mora, el otro candidato, pasó a liderar las preferencias. Conforme se acercaba el día decisivo, su ventaja se amplió. Llegado el momento, Juancito no quiso honrar su palabra y prefirió jugar a ganador. Votó por el candidato Mora, el adversario. Cuando este ingeniero asumió el Rectorado, designó a Juancito como asesor tributario de la Universidad, con un buen pago mensual.
Un día le pregunté a Juancito cómo había podido faltar a su palabra y traicionar a Furtado que, además de ser nuestro colega y amigo, había sido su profesor. Él se encogió de hombros y dijo:
-
Factores crematísticos…
El semestre y el año llegaban a su fin. Marisela asistía normalmente a mis clases, pero yo la notaba triste. Había desaparecido en ella la lozanía que da la felicidad. Rehuía mi conversación. Yo no tenía ninguna duda de lo que estaba aconteciendo en su existencia. Y llegó el día en que me cercioré del fracaso de su proyecto de vida, pero con un detalle adicional que yo no esperaba. Fue cuando las clases y los exámenes habían culminado y yo fui a la Universidad a ingresar en el sistema las calificaciones de mis alumnos. La encontré sentada en una carpeta individual, en uno de los jardines del recinto universitario. Miraba las plantas con actitud distraída, como quien ha perdido la fe en los seres humanos. Tenía en las manos un cuaderno de tapa azul que apretaba inconscientemente.
Yo hubiese querido mil veces estar tan equivocado como el que dijo que la Tierra es plana.
-
Alexander te abandonó,
¿verdad?
- No es solamente el hecho de que terminó conmigo. Lo que no puedo soportar es la forma, el motivo, la razón… ¡es una vergüenza que me mata!
Le hablé con mucha suavidad. Tenía que ser cariñoso, pero al mismo tiempo respetuoso.
- Está bien. Cuéntame esa razón, esa forma que mencionas.
Y entonces me lo dijo todo. Luego de un largo proceso de reflexión, Alexander había decidido aceptarse como homosexual, y hacerlo saber a todo el mundo. Ella ya había sospechado que algo no andaba bien porque, al finalizar sus encuentros íntimos, él siempre se mostraba colérico e insatisfecho, cuando lo normal hubiese sido que se mostrase tierno y agradecido.
Yo quedé sorprendido. Hechos como ése siempre sorprenden.
-
¿Estás segura de todo
eso? ¿No será acaso una cruel estratagema para deshacerse de ti?
- No lo es. Su vecina, que es mi amiga, me contó que el padre de Alexander lo ha echado de la casa. Él se ha ido a vivir a Ica, con un tío solterón que es hermano único de su madre. Lo ha abandonado todo, inclusive a mí. Y además ha reconocido su condición en todas las redes sociales. También ha publicado un aviso que, cuando lo leí, casi me provocó un desmayo.
Cogió su teléfono celular y me mostró el aviso del muchacho que durante varios meses ella había idolatrado. En verdad era impactante y me causó desasosiego. Después de todo, yo conocía a Alexander, e imaginé el drama que estaría viviendo. Decía así: “Joven bien parecido de veintidós años, recientemente auto reconocido como pasivo, busca joven activo para entregarle su patrimonio”.
Entonces Marisela no soportó más y se echó a llorar. Sus lágrimas caían de su rostro al tablero de la carpeta, humedecían las hojas de su cuaderno y de allí caían al pasto. Entonces, como nunca me había ocurrido en todos mis años de labor docente, deseé con toda el alma ser un hombre de veinticinco años. Un hombre de verdad y no un anciano enfermo. Un hombre que la pudiese amar, cuidar y adorar, como merece toda mujer. Porque, como decían los antiguos caballeros germanos, en toda mujer existe un soplo de la divinidad. Porque ellas son la más bella creación de Dios y nos dan la vida con el sufrimiento de sus cuerpos. Porque ellas son más hermosas que las flores, más frescas que el rocío de la mañana y más suaves que el más fino vellón. Porque, y entonces tuve que reconocerlo, Marisela era para mí la personificación de ese concepto, tan antiguo como la humanidad, llamado amor imposible.
El verano comenzaba. Ella aprovechó aquellos meses de vacaciones para hacer todos los trámites necesarios, y se trasladó a otra Universidad. Borró sus cuentas en las redes sociales, y desapareció de mi vista.
Nunca
volví a ver a Marisela.