lunes, 27 de noviembre de 2023

EVOCACIÓN DE ELÍ MARTÍN

 

Conocí a Elí Martín en el año 1988, aproximadamente, en el restaurante La Capilla, del Jirón Lampa, en el centro de Lima. El zambo Gustavo Armijos había organizado la presentación de un número especial de su revista de poesía La Tortuga Ecuestre, número destinado a difundir el poemario Elogio de los navegantes del poeta nacional Juan Ojeda, miembro de la tríada trágica que también conformaron Luis Hernández y Javier Heraud. Allí también conocí al poeta Víctor Bradio. Por cierto, ya ninguno de ellos respira. Elí, Gustavo y Víctor partieron, cual una nueva tríada, la de mis buenos amigos que ahora imaginan poemas cerca del Creador. Más todavía, el mismo restaurante La Capilla cerró sus puertas, para dar paso a una playa de estacionamiento. Así que esta es una evocación en todo el sentido de la palabra.

 

En aquel tiempo yo aún pertenecía a las filas de la Marina de Guerra. Eso me hacía sentir un poco inseguro respecto de mis afanes literarios, considerando que todos aquellos hombres tenían una vida literaria intensa. Gustavo Armijos, que había sido locutor deportivo en la radio, poseía una cultura inmensa, y podía hablar horas y horas sin aburrir. Todos ellos hablaban de poesía, y yo de narrativa. Pero aquella noche Elí Martín (era su verdadero nombre), fue conmigo muy amable y me dijo que mis escritos tenían alguna calidad y yo no tenía porqué sentirme disminuido. Fue la primera de las muchas veces que lo vi.

 

Elí veía la vida con alegría, con desenfado, y saboreaba todos los placeres, aun aquellos que la gente llama prohibidos. Pero esos placeres no condicionaban sus ideas. Él no consideraba adversaria a la gente común, ni llamaba despectivamente heterosexuales a quienes no compartíamos sus preferencias amatorias. No se vestía chillonamente, ni pretendía ser tratado con especial delicadeza. Por ello, era muy querido y respetado por sus amigos.

En el año 1995 publiqué el primer número de mi revista El Narrador. Allí incluí un poema suyo que desgraciadamente se me ha perdido. Debo reconocer, que siendo yo en aquella época mucho menos maduro que hoy, redacté para el final un resumen jocoso de datos sobre mi amigo, con ánimo un tanto burlón, estando seguro de que él no lo aprobaría antes de su envío a la imprenta:

“ElÍ Martín (Lima, 1961). Poeta de íntimos rincones, secretas aberturas y profundas rajaduras del alma. Tiene una sensibilidad exquisita. Se entristece cuando encuentra una flor marchita, y llora cuando ve un pájaro muerto. La energía de sus pasiones contenidas descarga en el papel millones de ansiosos electrones. Su más ferviente -y oculto- deseo, es que el mundo lo haga feliz”.

En forma para mí sorpresiva y entre carcajadas, Elí aprobó aquel resumen, y así fue publicado. Inclusive, compartimos la mesa cuando aquel primer número de El Narrador fue presentado en una sesión de los Viernes Literarios del poeta Juan Benavente.

 Recuerdo el título de un poema suyo: “Oscuros deleites”. Llegó a publicar un libro de poesía titulado “Poemas como lienzos”. También publicó algunos números de la revista “Verso & Collage”.

Aquí una muestra de su obra poética:

 

METAFÍSICA DEL BODEGÓN

 

Exhalando eximias veladuras
como atmósfera extasiándose
la pera roja enerva el deseo
& la magenta col se abre hasta el paroxismo
desflorándose

El misterio enajena el transparente mantel
con apetecibles botellas lilas
& el cesto expele sus encantos
con extraviadas berenjenas
como fresas lujuriosas

Exóticas vasijas se esfuman
hasta alcanzar la luz
que penetra por el mágico
umbral oscurecido.

 

En el Parque del Amor de Miraflores, un mosaico muestra el título de uno de sus más bellos poemas: “Es un azar no encontrarte”. Es un pequeño y justo homenaje para quien supo combinar como pocos la amistad y la literatura.

Elí Martín partió en el año 2001, a los cuarenta años. No importan la causa de su muerte ni la enfermedad que se lo llevó. Importa más el recuerdo de su calidez, su carácter risueño y su talento literario. Ahora está junto a Gustavo Armijos, Víctor Bradio, Ulises Valencia, Julio Chiroque y otros escritores peruanos que anhelaron y no lograron llegar al Parnaso, pero crearon mucha belleza y enriquecieron las vidas de quienes los conocimos. Allí llegaré en algún momento, para continuar nuestros debates literarios. Ellos hablando de poesía, y yo hablando de narrativa.