lunes, 13 de octubre de 2025

UN LOCO MUY CUERDO

 

La sencillez en el lenguaje es un don que no todos tienen. Mucho menos el sociólogo Josué Sánchez Pinillos, docente de la Facultad de Ciencias Contables de la Universidad Nacional del Callao. Hablar usando términos simples, fáciles de entender, estaba fuera de su alcance. Enseñaba los cursos de Lógica, Sociología y materias afines. En el año 1985 fue mi profesor del curso El Perú y su problemática, y aún recuerdo el día de nuestra primera clase. En ese entonces, estudiábamos en modestas aulas de ladrillos pintados de blanco y con techos de fibrocemento. Sentado en una carpeta individual, con un cigarrillo en la mano y con aires de cónsul romano, el profesor Sánchez Pinillos soltó su primer rollo:

-        Dilectos discentes, saludo vuestra presencia y solicito su alacridad. Mucho trabajaremos, y será una ventura que no tengamos ningún badanas en la nómina. Porque de que, entre ustedes, babiecas no hay, y tampoco baldragas ni barrenados, muy seguro estoy, a fe mía.

 Una alumna susurró:

 -        ¿Qué fue lo que dijo?

-        No entendí nada. – contestó otra.

 Ya con ese primer discurso, supimos que la cosa iba a estar difícil con aquel docente. Y el profesor Sánchez Pinillos continuó:

 -        Recomendación de este andragogo, es que no sintáis menoscabo por el empleo de vuestro esfuerzo, en las trayectorias periféricas de Cronos que demandará esta asignatura. Para cosechar, antes hay que sembrar, dice una antigua y sabia conseja.

 Los murmullos se escucharon otra vez.

 -        ¿Entendiste algo?

-        No estoy seguro. Creo que ha dicho que quiere echarle agua a una vieja.

 Cuando acabó la sesión y el profesor Sánchez Pinillos se retiró, los alumnos hicieron una asamblea urgente.

-        Es preciso que reclamemos. No se entiende nada de lo que dice.

-        Hay que tacharlo.

-        Tal vez es un profesor de idiomas que se confundió de aula. Leí en los diarios que en algunas Universidades iban a iniciar la difusión del esperanto, como idioma universal. Quizá es profesor de esperanto.

-        Para que nos hagan caso, busquemos el apoyo de un dirigente estudiantil.

Entonces alguien propuso llamar a Juan Samanez Pantaleón, alumno de décimo ciclo, que a mitad de carrera había llegado trasladado de una Universidad particular. Era un individuo camaleónico, que entonces pasaba por opositor furibundo de las autoridades, pero en realidad actuaba siempre buscando alguna ventaja. Todos recordábamos el incendiario discurso con el cual un día había satanizado al profesor Víctor Mere, uno de los docentes más queridos y respetados de la carrera de Contabilidad. Este profesor, que entonces era Jefe de Departamento Académico, había repartido algunos folletos informativos entre el alumnado. Juan Samanez Pantaleón, públicamente y micrófono en mano, lo vapuleó sin compasión:

-        ¡Y ese corrupto profesor Mere, líder de la mafia piurana, que reparte volantes cual diabólico canillita, queriendo tapar su falta de escrúpulos, su incapacidad y su pésima gestión!

Era aquel mismo Juan Samanez Pantaleón que, años más tarde y ya convertido en auditor tributario y docente de la Facultad en los cursos de Tributos, se presentaría en la oficina de Víctor Mere, entonces Decano, y le diría con voz meliflua:

-        Víctor, campeón. ¿Te apetece un cafecito?

Ya en sus años de alumno era fácil ver la naturaleza falsa, ofídica y traicionera de Juan Samanez Pantaleón, un hombre sin temor a Dios, sin principios y sin patriotismo. De haber sido Oficial de las fuerzas armadas, hubiese vendido secretos militares a los chilenos. De haber sido sacristán, hubiese vendido el cáliz y las hostias al mejor postor. Ni siquiera era leal a su familia. Una historia siniestra lo perseguía. Tenía una hermana menor que criaba con amor a un hermoso y rollizo gato blanco llamado Nelson. Un día en que Juan Samanez Pantaleón estaba solo en casa, pasó por allí un vecino chinchano habituado a comer suculentos guisos preparados con la carne de aquellos felinos. Juan Samanez Pantaleón, cruel y ambicioso como pocos, no dudó un momento en vender el gato de su hermanita por unos cuantos billetes. Insensible al dolor ajeno, ante sus familiares fingió sorpresa por la desaparición del animal. Ni las copiosas lágrimas de la niña ni la certeza del martirio que sufriría el infortunado animalito, hicieron mella en su ánimo.  

Además de su personalidad absolutamente malvada y desleal, Juan Samanez Pantaleón también era conocido por su irrefrenable lujuria. Necesitaba tener sexo casi todos los días. A todas sus compañeras las miraba con ojos inyectados en semen. Entre los alumnos circulaban varias historias al respecto. Se decía que era tan lujurioso que se excitaba hasta cuando veía a dos moscas haciendo el amor. Se decía también que, en cierta oportunidad, todas las alumnas de la Facultad habían acordado hacerle la ley del hielo, y no ceder ante ninguno de sus avances amorosos. Como resultado de aquel boicot romántico, Juan Samanez Pantaleón había pasado dos meses sin actividad sexual, y entonces sufrió un derrame. Pero no fue un derrame cerebral, sino un derrame seminal.

Pero volvamos a los días en que el profesor Sánchez Pinillos torturaba los cerebros de sus alumnos con su lenguaje tortuoso, abstruso, alambicado y anfractuoso.

Aquel día, al final de la asamblea, los alumnos firmaron una relación tachando al profesor Sánchez Pinillos. Por cierto, yo no firmé aquel documento, como tampoco lo firmó mi compañera Gloria Pizarro, que lo defendió con vehemencia. También acordaron buscar a Juan Samanez Pantaleón, para solicitar su apoyo. No fue tarea fácil. En aquellos tiempos no había facilidades para comunicarse, y él no asistió a la Facultad, durante dos días. Cuando por fin apareció, vimos que tenía algunos moretones en la cara y cojeaba ligeramente, por algunas lesiones recibidas. Pudimos saber entonces que Juan Samanez Pantaleón había sido asaltado por dos hampones viciosos que, desesperados por comprar droga, lo habían atracado en una calle solitaria y lo habían golpeado con saña pues, al rebuscarle sus bolsillos en busca de dinero, no hallaron ni una moneda. Solamente encontraron dos condones.

Inmediatamente, Juan Samanez Pantaleón se interesó en el tema y pidió todos los detalles del reclamo estudiantil. Se dirigió al aula y encontró allí a casi todos los quejumbrosos que habían firmado la tacha contra el profesor Sánchez Pinillos.

-        ¡Compañeros! -comenzó con su conocido estilo teatral – Es un insulto, una afrenta, una humillación, que las autoridades quieran imponer como docente de esta casa superior de estudios, a un hombre que habla en clave, en jerigonza, rajando los cráneos de los alumnos. Seguramente es un aprista, como casi todos los jefes de nuestra Universidad. Aquí somos todos peruanos y hablamos el maravilloso idioma de Cervantes. No necesitamos que ningún extraño dicte sus clases empleando rebuscados términos con los cuales, seguramente, pretende aparentar una profundidad de pensamiento que no tiene. ¡Hay que echarlo de la Universidad! ¡El pueblo, unido, jamás será vencido! ¡Palmas, compañeros!

Y contó que el profesor Sánchez Pinillos era contratado y, por tanto, fácil de tachar. También dijo que aquel docente era conocido como el Poeta Loco.

Inmediatamente formaron una comisión, encabezada por Juan Samanez Pantaleón, para hablar con el profesor Carlos Furtado, entonces Jefe de Departamento, y presionarlo para que el profesor Sánchez Pinillos fuese reemplazado por otro docente.

Llegaron a la oficina, pero, astutamente, Juan Samanez Pantaleón convenció a los demás, diciéndoles que era preferible que él entrase solo, pues el profesor Furtado era un hombre sanguíneo y fácil de exasperar. Aprovechó esa coyuntura para presionar al profesor Furtado y conseguir apoyo para su bachillerato. La flamante Ley Universitaria, dictada por el gobierno aprista, había generado mucha inquietud. Luego de media hora, salió con una sonrisa de oreja a oreja, y dijo que ya todo estaba arreglado.

Mientras tanto, mi compañera Gloria Pizarro había elaborado una lista de todos los que estábamos dispuestos a llevar el curso con el Poeta Loco. Yo también firmé esa lista. Vi entonces que el profesor Sánchez Pinillos, con semblante de preocupación, se dirigía a la oficina de Furtado, seguramente convocado por éste.

-        ¿Ahora qué hago? -le espetó Furtado–. Esa víbora de Samanez Pantaleón sabe que yo te he traído a la Universidad, y me está presionando. ¿Por qué siempre generas estos problemas?

-        La reluctancia de algunos donceles, arropados por propincuos adláteres, ha devenido en una transitoria iconoclasia -dijo el Poeta Loco.

-        ¡Carajo! ¿No puedes hablar en cristiano? ¿Quieres quedarte sin trabajo? –estalló Furtado.

Al final, todos quedaron contentos. Los alumnos quejumbrosos llevaron el curso con un profesor apellidado Espinoza, típico izquierdista casi analfabeto, que pasaba las horas haciendo exponer a los alumnos y aprobaba a todo el mundo. Por otro lado, quienes habíamos firmado la lista de apoyo al Poeta Loco, llevamos el curso con él y nos fue bien. Aprendimos muchas cosas interesantes con él, cosas que elevaron nuestro nivel cultural.  Era un docente muy ilustrado y ameno.

Sin embargo, un día me fijé en un pequeño detalle. Antes de cada clase, el profesor Sánchez Pinillos, disimuladamente, encendía una pequeña grabadora y la escondía entre sus papeles. Amistosamente, le rogué que me explicase aquello, pues entre mis planes estaba dedicarme en algún momento a la docencia. Así, amigablemente acorralado, me confesó lo siguiente:

-        No digas esto a nadie, pero la verdad es que yo mismo no entiendo muchas de las cosas que digo en el aula. En casa, mi esposa escucha la grabación y me ayuda a comprender.

Sonreí comprensivamente, y le pedí que me mostrase alguno de sus poemas. Me alcanzó brevemente un soneto que leí y memoricé  de inmediato. No tenía nombre, pero yo lo he titulado Loconeto, pues es un soneto escrito por un hombre al que llamaron Poeta Loco, pero resultó ser más cuerdo que muchos:


LOCONETO

 

Yo sé que algunos dudan de mi cordura

creen que la niebla oscurece mi entendimiento

y que es mi principal predicamento

ser esclavo de la más penosa locura

 

No entienden que en este cerebro mío

hay un formidable exceso de neuronas

que no padece ninguna otra persona

y que genera en mi cabeza un tremendo lío

 

Tantas ideas, imágenes y pensamientos

se entrecruzan en mi mente poco a poco

que no sé hablar sin causar impedimento

 

Mas yo juro, con ardor y gran sofoco

con certeza, convicción y ardimiento

yo juro, que a mí no me patina el coco.



viernes, 8 de agosto de 2025

VENGANZA DE MUJER

 
Así como existen personas que se desviven por el fútbol, otras que aman la música clásica y otras más que no pueden pasarlo sin bailar los fines de semana, hay quienes, sin ser gastrónomos, disfrutan con fruición de la buena comida. Y, por tanto, siempre están pendientes de los establecimientos en donde se puede degustar los mejores platos.

Maricielo Ramos era una de esas personas. Era alta, muy delgada y con piernas muy, pero muy largas. Estudiaba en la Facultad de Ciencias Contables de la Universidad Nacional del Callao, y era súper exigente con la comida. Aborrecía los restaurantes baratos que venden modestos menús proletarios, y gastaba la mayor parte de su dinero en platos costosos. Este rechazo por los platos populares se había originado en una ingrata experiencia del final de su educación secundaria. La madre de familia encargada de la cena y la fiesta de promoción de su colegio, se había gastado buena parte del dinero, y por ello recurrió a una medida desesperada para atender la cena que, según acuerdo, debía incluir como plato principal un suculento guiso de pavo. En vez de recibir presas tales como muslos, encuentro o pechuga, muchos de los comensales, entre ellos Maricielo, recibieron desafiantes y correosos pescuezos de pavo. Esto originó una acalorada disputa de los padres con la encargada, la cual insistía en que, muslo, pechuga o pescuezo, todo era pavo.

Por ese humillante episodio ella evitaba, cuando comía fuera de casa, los restaurantes baratos. Había visitado los más reputados locales de comida rápida en Lima. También había cenado en algunos restaurantes caros. Y siempre quería conocer más locales de categoría, más platos, más sabores. Era una epicúrea. Pero no caía en el vicio de la gula. Nunca comía de más. Lo que amaba no era la cantidad, sino la calidad. Eso, sumado a su especial metabolismo, le permitía mantener una figura tan esbelta que sus amigos de la Universidad se referían a ella como “La Zancuda”.

Uno de sus compañeros de estudios se llamaba Hiro.  Extremadamente bromista, se ufanaba de haber salido con más de veinte chicas de la Facultad. No era propiamente un mujeriego, pues no acostumbraba enamorar a las chicas que salían con él. Por lo menos, no a todas. Y cuando lo hacía, no era muy persistente. Lo que él realmente buscaba era flirtear, departir, bromear, y también bailar, por supuesto. No buscaba una relación romántica en toda regla. Sentía que aquello hubiese sido una atadura.  Había leído el libro El Retrato de Dorian Gray, y siempre mencionaba las palabras de Lord Henry Wotton, un personaje de aquella famosa novela escrita por Óscar Wilde:

-                Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer, mientras no la ame.

Hiro sentía que el camino apropiado para un hombre era ése: divertirse superficialmente con muchas, sin comprometerse con ninguna. En cierta oportunidad un docente entrado en años contó a algunos alumnos que, en una etapa de su vida, había sufrido mucho por los celos, y entonces Hiro replicó que los celos son señal de debilidad y que él nunca sufriría por una mujer.

-                Yo soy un hombre superado, profesor. Yo nunca podría sufrir por una mujer. Estoy blindado frente a esas cosas -aseguraba, sonriendo.

Sucedió que, en una oportunidad, Hiro resultó desaprobado en la asignatura de Gestión Pública. No había estudiado lo suficiente y, para colmo, Maricielo se negó a incluir a última hora el nombre de Hiro en un trabajo grupal que había encargado el profesor del curso. Había sido un acto de honestidad y rectitud por parte de ella, pero él guardó durante varias semanas un tenue rencor. Hasta que aquel sentimiento negativo pareció haber desaparecido.  Pero, como se supo después, algo de eso aún permanecía en su fuero interno.

Un día Hiro invitó a Maricielo para salir juntos el siguiente fin de semana. Ella, que lo apreciaba, pensó que era una excelente oportunidad para limar cualquier antigua aspereza, y aceptó de inmediato. Sin embargo, fue muy explícita al mencionar sus expectativas:

  Hiro, a mí me agrada la buena comida. Supongo que no me invitarás a cenar arroz con pollo en un local barato.

-  Pierde cuidado, Maricielo. Te prometo una experiencia espectacular que tu estómago nunca olvidará.

Y salieron juntos el siguiente sábado. Pero las cosas no resultaron como ella imaginaba. Inicialmente, Maricielo había esperado que fuesen, al menos, a un local de comida rápida con reputación como Kentucky, Mc Donalds, Pizza Hut, Pardo, Bembos o similares. Y cuando él le prometió una experiencia inolvidable, por un momento ella tuvo la esperanza de cenar en algún restaurante de la cadena de Gastón Acurio. O quizá en Maido’s. La realidad fue muy distinta.

El lunes siguiente, Maricielo llegó a la Universidad hecha una furia. Estaba roja por la cólera, y con razón. Su amiga Sayuri, que estaba enterada de su cita con Hiro, le inquirió:

-  ¿Cómo te fue? ¿Te llevó a un local de categoría? ¿Gastó mucho dinero?

Maricielo, apretando los dientes, le contó la humillación que había sufrido. Y es que el muy pillo de Hiro, en vez de llevarla a un establecimiento exclusivo como había prometido, la condujo hacia la carretilla de un emolientero. Allí pidió, para ella, un vaso de boldo y un plato de cachanga. Para él pidió un vaso de agua de piña con linaza y un pan de cebada.

-  ¿Te imaginas? -le decía indignada a su amiga -. ¡Yo esperaba un jugo de arándanos o un cóctel de frutas en un local de primer nivel, y recibo un vaso de boldo! ¡Yo me ilusionaba con un exquisito filete de ternera con champiñones, y recibo un asqueroso plato de cachanga! Nunca me había sentido tan humillada…

Entonces recordó el penoso episodio del pescuezo de pavo.

-  Hiro pagará por este escarnio -se prometió a sí misma. Y entonces se sintió mejor.

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Maricielo preparó su venganza con toda calma. Para su suerte, tenía una amiga norteña experta en amarres, y otra que era químico farmacéutica y gran conocedora de feromonas y perfumes afrodisiacos de olor casi imperceptible, pero de probados efectos sobre los marcadores de testosterona de los varones jóvenes. También se aseguró la ayuda de su amiga Sayuri y de un compañero de muy baja estatura apellidado Cárdenas y apodado Bonsai, que comprometió su apoyo a Maricielo y se mostró dispuesto a ser el principal instrumento de su venganza. Su tridente justiciero.

Y un día todo cambió.

El asunto es que, de un momento a otro, Hiro empezó a ver a Maricielo con otros ojos. Comenzó a sentir una violenta atracción por ella. No podía evitarlo. Se ponía trémulo cuando la veía pasar. Un calor casi bochornoso abrasaba su piel cuando la tenía cerca. Si antes la trataba con una cordial indiferencia, ahora todo en ella le parecía infinitamente deseable. Inconscientemente, subía y bajaba la mirada cuando ella caminaba y se contoneaba. Sus larguísimas piernas eran motivo de un anhelo casi insoportable para Hiro. Se imaginaba a sí mismo recorriendo aquellas formidables calancas, transitando una distancia sideral, sabiendo que al final de aquel larguísimo recorrido estaban la gloria, el edén y la felicidad perpetua. Ella, hábilmente, lo trataba con calculada amabilidad, pero no permitía una cercanía excesiva. Y era un enorme padecimiento para él, pues sabía que no podía acercarse a Maricielo para hacerle una propuesta romántica después de la pesada broma del vaso de boldo y el plato de cachanga. Por lo menos, no en mucho tiempo. Y el tiempo no estaba a favor de Hiro, pues en el horizonte había aparecido un rival que parecía estar ganando terreno aceleradamente.

Era el estudiante de escaso tamaño apodado Bonsai. Este alumno nunca había sido un camarada cercano de Hiro, pero de pronto acortó las distancias con él y se hizo su amigo.

-     Estoy enamorado de la Zancuda -le confió un día. -Y parece que ella también quiere conmigo…

A Hiro se le hizo un nudo en la garganta. Apenas pudo preguntar:

-  ¿Por qué crees eso?
- Un hombre se da cuenta. Y más aún un hombre  observador como yo -se jactó Bonsai.
-  ¿Y piensas mandarte pronto con ella? -preguntó Hiro, con voz temblorosa.
-   Por supuesto. Ya la imagino entrando conmigo a un hotel. Y entonces…
-   ¿Entonces qué? -preguntó Hiro, temeroso de la respuesta.
-      Pues entonces le mandaré catorce polvos…
-     ¿Tantos? -se escandalizó Hiro.
-      Sí, catorce. Y después…
-     ¿Después qué? -preguntó Hiro, con una voz de agonía.
-       Después le arrancaré el clítoris…
-       ¡Arrancarle el clítoris! ¿Y por qué? ¿Para qué?
-        Para que no sienta placer con nadie más…

Hiro quedó conmocionado con aquella conversación. A partir de aquel día odió a Bonsai. A cada momento se repetía “malvado enano pervertido, maldito liliputiense”. Si ya de por sí los celos lo atormentaban, la posibilidad de que quien ganase el premio mayor y lograra llevar a aquella adorable mujer a la cama, fuese aquel anticipo de hombre, aquel chichón de cuy, aquel pedacito de gente, aumentaba su ira.

Pero aún iba a padecer más. Un día comenzaron a circular en la Facultad varias fotografías de una visita a la playa León Dormido. En una fotografía grupal, aparecían Bonsai y Maricielo, muy cerca uno de la otra. De por sí, eso enardeció a Hiro. Pero también circuló una fotografía que era una toma cercana del bikini que ella tenía puesto, con un detalle puntual; tanto en el top como en la braga, ambos de color rosado, estaba estampado en letras negras y cursivas el nombre de ella, Maricielo. Hiro no pudo dormir en toda la noche. Sentía y temía que el enano estaba a un paso de llegar a la cima y apropiarse de aquel monumento de mujer. De aquel maravilloso cuerpo de saltadora con garrocha.

Hasta que llegó el episodio de CORNECCOFF. Era un evento que reunía a estudiantes de contabilidad de todas las universidades del país. Aquel año se iba a realizar en Trujillo. Exposiciones y visitas guiadas, pero también juergas y, en muchos casos, desenfreno. Hiro estaba en las últimas clases del curso de idioma extranjero, y por ello no podía anotarse para el viaje. Y el corazón le dio un vuelco cuando supo que, en el último día y a última hora, Maricielo y el malvado Bonsai se habían inscrito para viajar.

Y, en efecto, ambos viajaron a Trujillo con el resto de la delegación. Hiro se quedó en Lima, abrigando funestos presentimientos. El tiempo que el grupo de estudiantes estaría en Trujillo, sería de cuatro días.

“Y tres noches”, pensaba Hiro, sintiendo un temor casi físico. Y era que, hasta entonces, jamás había sufrido por amor. Y siempre se había jactado de ello, mofándose de todos los hombres que sufrían por algún desengaño, y llamándolos "corazón de vidrio".
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Fue una verdadera agonía lo que vivió Hiro durante esos días y, sobre todo, esas noches. Estuvo llamando insistentemente a Maricielo, pero ella no contestó. En la segunda noche, le contestó Sayuri, y le dijo que habían asistido a una exposición y luego a una fiesta, pero a Maricielo y Bonsai no se les veía por ningún lado, pues en mitad de aquella fiesta, se habían hecho humo. Hiro, desesperado, llamó a ambos, decenas de veces, hasta que su teléfono celular se recalentó. Y entonces sintió en sus huesos que había perdido. Que su adorada Zancuda había sucumbido ante las argucias del enano Bonsai. Que en aquellos momentos, aquel malvado liliputiense estaba practicando, con la Zancuda, todas las poses íntimas del Kamasutra, incluido el famoso doble salto mortal con patada al foco. En su dolor, llegó a imaginar que el enano estaba utilizando aquellas adorables y larguísimas calancas, para practicar salto con garrocha.

Compró algunas latas de cerveza y se encerró en su habitación, bebiendo y lamentándose. Ya un poco ebrio, lloró y entonó una conocida canción de Lucho Barrios:

Mientras que el otro
te pone altar
yo bien quisiera
cavar tu tumba
 
Y la sentida canción, himno de miles de hombres desengañados en el Perú, terminaba así:

Si él te adora
yo te desprecio
si te enaltece
yo te maldigo
 
Hiro no podía saber que toda aquella trama había sido urdida por una mujer irritada que no perdonaba el escarnio del boldo y la cachanga, y que en aquellos momentos Maricielo, Bonsai y Sayuri estaban sentados y riéndose en un comedor del hotel que albergaba a la delegación.

Pero faltaba la estocada final. Cuando Hiro estaba cantando con el pecho partido por el dolor, su teléfono celular timbró. Era un mensaje del anticipo de hombre Bonsai. Ansioso, se precipitó a visualizarlo. Luego de leerlo y ver la fotografía adjunta, dio un grito de dolor espantoso, tanto que sus hermanos, al escucharlo, creyeron que había bramado un camello.

El mensaje de Bonsai decía “Objetivo alcanzado”. Y la fotografía mostraba la braga rosada de la Zancuda, con su nombre estampado en letras negras y cursivas. La prenda estaba totalmente desgarrada, como si hubiese sido destrozada en un embate de pasión.

Y entonces Hiro, el hombre superado, el hombre blindado contra todo enamoramiento, cayó desmayado sobre el piso de parqué de su habitación.
 

martes, 22 de julio de 2025

LIBRO: MATEMÁTICA FINANCIERA Y ACTUARIAL (EDICIÓN ACTUALIZADA 2025)

 

Estimados amigos, me complace informar que ya salió al mercado la versión actualizada 2025 de mi libro MATEMÁTICA FINANCIERA Y ACTUARIAL. Sacando fuerzas de flaqueza y sobreponiéndome a la adversidad, he podido actualizar esta obra mía. Esta nueva edición tiene 574 páginas. Como siempre, la Editorial San Marcos ha confiado en mi mente, aunque los músculos no obedecen como antes. Así es la vida, cruel y brutal. Me tocó en suerte padecer esta terrible enfermedad, y no hay cosa que se pueda hacer. Solamente el Creador podría curarme.

Hay que tener ilusiones para no dejarse abatir, y mi ilusión actual es publicar un segundo libro de cuentos, y presentarlo debidamente. Sería mi obra final.

Hasta otra oportunidad, si Dios lo permite.




martes, 24 de junio de 2025

INTERESES SOBRE MULTAS TRIBUTARIAS

 

Durante muchos años, el total de la deuda tributaria (tributos, multas e intereses) se actualizó aplicando una Tasa de Interés Moratorio (TIM) que SUNAT publicaba (hasta hoy la publica) mediante Resolución de Superintendencia.

Sin embargo, una modificación en el Código Tributario cambió las cosas a partir del año 2024. Las multas tributarias han sido sustraídas de este proceso, oiga usted.

Desde enero de ese año 2024, las multas tributarias se actualizan con el interés legal efectivo. Ya no se les aplica la Tasa de Interés Moratorio de SUNAT. Repito que es por la modificación del Código Tributario.

Caso práctico

El señor Juan Sánchez Panta, docente de la UNAC y fogoso contador de las empresas ANACONDA S.R.L. y EL BOTECITO S.A. recibe, en esta última entidad, una Resolución de Multa por S/ 13,500 impuesta por SUNAT, la cual debió ser pagada el 15 marzo 2024. Es cancelada mediante transferencia bancaria el 25 setiembre 2024.

En la web de la SBS (www.sbs.gob.pe), buscamos los factores acumulados respectivos del Interés Legal Efectivo. Como son factores que se han acumulado mediante la multiplicación sistemática de los factores  diarios que resultan de la radicación del factor anual de la TIPMN [(1+TIPMN)1/360 – 1], entonces, para extraer el factor de un tramo temporal específico, procedemos a dividir el valor final entre el valor inicial. Recuerde, mi querido Procopio, mi querida Telésfora, que la operación opuesta a la multiplicación es la división.

 

Factor acumulado Interés Legal Efectivo 25/09/2024     =  8.50617   =   1.015526281

Factor acumulado Interés Legal Efectivo 15/03/2024         8.37612

 

Es el factor específico para ese tramo temporal. Si le quitamos 1, nos quedamos con la tasa específica. Aplicando esa tasa específica al principal, tenemos el interés.

 13,500 × 0.015526281 =  260.79


64.53 Multas                                                  13,500.00
40.9 Otros costos administrativos e intereses                 13,500.00 
Reconocimiento de la multa.


64.51 Intereses                                               260.79 
40.9 Otros costos administrativos e intereses                 260.79 
Reconocimiento del gasto por intereses.

40.9 Otros costos administrativos e intereses 13,760.79 
10.41 Cuentas corrientes operativas                       13,760.79 
Pago de la multa y sus intereses.


El PCGE 2019, con un criterio cuestionable, ha enviado los intereses sobre deudas tributarias a la cuenta 64.51, sin tomar en cuenta que son gastos financieros, pues se vinculan con el valor del dinero en el tiempo. Ha eliminado la antigua cuenta 67.37 que era más apropiada. Así es la vida, oiga usted.

viernes, 16 de mayo de 2025

UN MALVADO APODADO KENYI

 

Muchos hombres falsos y traidores han pululado en este mundo, pero pocos como Luis Huallanca Vargas, apodado Kenyi, economista y profesor contratado en el Instituto Público “Argentina”. Aleccionado por un tío cínico y calculador, desde pequeño aprendió a ganar a costa de lo que fuese.

-        En este mundo hay dos clases de hombres: los idiotas y los listos. El idiota espera que le den lo que le corresponde. El listo no espera que le den, sino que toma todo lo que puede –le dijo muchas veces su tío.

El pequeño Luis creció con esa mentalidad. Los escrúpulos estaban de más en la vida de un hombre listo. En el juego de las canicas, guardaba en su bolsillo un pedazo de lija que usaba para practicar disimuladamente pequeñísimas magulladuras en las canicas de sus amigos, para que no corrieran derecho. En el juego de las cartas aprendió a recortar cuidadosamente los bordes de los naipes para obtener siempre la carta más alta. Para congraciarse con su padre y obtener mejores propinas, delataba constantemente a su único hermano, llamado Roberto, por haber hecho travesuras con los muebles de la casa.

Cuando tenía trece años, su padre prometió que compraría una bicicleta a quien obtuviese las mejores calificaciones a fin de año. Ambos hermanos estudiaban en la misma escuela, pero en grados diferentes, pues Roberto era mayor por un año. De los dos, Luis Huallanca era el menos dedicado al estudio, por lo cual el padre y la madre de ambos niños dieron por sentado que Roberto sería el ganador. Pero un día, en la escuela, cuando faltaban dos semanas para los exámenes finales, los cuadernos de las dos asignaturas más importantes desaparecieron de la mochila de Roberto. 

Nadie halló nunca los dos cuadernos. A Roberto le fue muy difícil estudiar con las fotocopias de los cuadernos de sus compañeros. Cuando entregaron las libretas de calificaciones, Luis Huallanca recibió la calificación más elevada. Pasó las fiestas de fin de año disfrutando con su bicicleta nueva, mientras su hermano contenía la ira. Éste nunca supo que uno de sus compañeros de aula había sido sobornado, monedas y golosinas de por medio, por Luis para robar los cuadernos. Luis Huallanca se iba formando así como un moderno Judas, un hombre sin bandera y sin escrúpulos, capaz de traicionar a cualquiera para ganar y absolutamente egoísta e indiferente ante el sufrimiento ajeno. Dispuesto a vender hasta a su propio hermano, ya no por un simple plato de lentejas, sino hasta por un tofi.

En ese mismo año, una tarde, una camioneta cargada con jaulas de plástico que contenían pollos vivos, volcó a pocos metros de su casa. Los vecinos corrieron a ayudar al chofer y a su ayudante, ambos seriamente heridos. En medio del tumulto, Luis Huallanca aprovechó para apoderarse de dos pollos y esconderlos en su casa. Su familia no pasaba apuros económicos y no era por necesidad que Luis Huallanca había cometido aquella reprobable acción. Simplemente, él entendía que toda oportunidad debía ser aprovechada, sin tomar en cuenta los sufrimientos ajenos.

Terminada su etapa escolar, estudió la carrera de economía en una Universidad particular. Luego de titularse y gracias a un amigo, entró a practicar en una dependencia del Instituto Nacional de Estadística e Informática, INEI. Eran doce practicantes, recibidos como tales por un período de cuatro meses, y los cinco mejores iban a obtener una plaza para contrato. Casi al final del período, Luis Huallanca estaba en el sexto lugar del cuadro de mérito. No llegaba a estar entre los cinco mejores. Pero no era hombre de detenerse ante nada. Buscó información de sus competidores, y logró averiguar que uno de ellos había pasado una noche detenido en una comisaría, acusado de golpear a su novia. Un sobre manila con un mensaje anónimo llegó un día al escritorio de la señora Azucena, su jefa directa, furibunda feminista, con una copia de la denuncia policial. Fue suficiente para que Luis Huallanca subiera al quinto lugar del cuadro de mérito y obtuviese el contrato.

Sin embargo, lo que todo empleado contratado del Estado anhela es la estabilidad laboral que otorga el nombramiento y Luis Huallanca decidió entonces que aquél debía ser su siguiente objetivo.  

Cada vez que había concurso para nombramiento, el jefe de personal del INEI desempeñaba una función muy importante, pues integraba la comisión que se encargaba de dicho proceso. En aquella época, la jefa de personal del INEI era la señorita Raquel Bermúdez, una mujer soltera de treinta y seis años. Su voz educada era grata al oído, pero no era físicamente atractiva. Muy delgada y con una prominente nariz, había interesado a muy pocos hombres en su existencia. Luego de un par de vagas ilusiones momentáneas, se había resignado a no tener un compañero para toda la vida. La suya era la triste historia de las mujeres que se quedan solas sin haberlo imaginado ni deseado. Pero una tarde, en la cafetería del inmueble, encontró a Luis Huallanca sentado en una mesa contigua, elegantemente vestido y con un libro en la mano. Lo conocía, pues lo había atendido en su oficina en algunas ocasiones, cuando él indagaba por los papeles de su contrato.

Luis Huallanca había averiguado que la señorita Raquel era natural de Andahuaylas, en el departamento de Apurímac. Por ello, astutamente, aquel día llevaba consigo el libro Los Ríos Profundos de José María Arguedas. Lo había leído en tres noches, quitándole horas al sueño. Para ello había tenido que beber más de seis tazas de café. Así premunido, logró interesarla hablándole de la obra del ilustre escritor andahuaylino. Le dijo que anhelaba visitar Andahuaylas y conocer la casa natal de Arguedas. La señorita Raquel quedó encantada.

-        La obra de Arguedas es de lectura obligatoria para todo peruano bien nacido –le dijo Luis Huallanca, poniendo énfasis en todas sus palabras.

-        Me alegro de verlo y escucharlo, señor Huallanca –dijo ella–. Es usted un hombre culto e interesante.   

-        No tanto como usted, señorita. ¿Me permitirá conversar nuevamente con usted, aunque sea por teléfono, o seré tan desdichado que no volveré a hablar con usted acerca de la cultura apurimeña? 

Aquella mujer había oído tan pocas frases melosas en su vida, que no supo qué contestar. Solamente atinó a sonreír y a darle lo que Luis Huallanca buscaba aquel día: su número de teléfono.

Luis Huallanca tenía su plan muy bien formado. En una semana leyó casi todos los demás relatos de Arguedas. Le interesó mucho el cuento Warma Kuyay (Amor de niño), por su tema romántico que se prestaba para sus fines de seducción. También se aprendió de memoria varias canciones apurimeñas. Comenzó a llamar a la señorita Raquel a menudo, por las noches. Luego de algunos meses, logró que ella aceptara salir con él a pasear. En una oportunidad, rasgando toscamente una guitarra, le cantó una canción regional muy conocida:

Ese río de Andahuaylas

casi casi me ha llevado

y una linda profesorita

en sus brazos me ha salvado

Con una amabilidad que no le costaba fingir, Luis Huallanca visitó en varias oportunidades a la señorita Raquel en su casa, llevando pequeños obsequios para ella y para su anciana madre. La señorita Raquel no pudo soportar durante mucho tiempo aquel asedio. Una tarde, en un restaurante de comida apurimeña, se dejó abrazar y besar por Luis Huallanca.

Siempre se ha dicho que, en la vida de toda mujer, hay solamente un hombre al cual ella entrega todas sus ilusiones. Cuando Luis Huallanca supo que la había conquistado, tomó todo de aquella mujer, y lo tomó con rudeza, sin ninguna ternura, sin emoción ni agradecimiento. Se comportó como quien avanza un paso más hacia la meta. Procedió como el zorro que, para sobrevivir, se resigna a comer desechos dejados por otros depredadores, mientras espera la oportunidad de cazar una presa más apetecible.   

La intimidad cerró el círculo e hizo a Raquel Bermúdez totalmente esclava de aquel hombre. Se desesperaba si él dejaba pasar un día sin llamarla. Le rogaba que tomase la guitarra y le cantase una canción. Luis Huallanca la complacía solamente lo necesario para mantener vigente la relación. No volvió a hablarle de visitar Andahuaylas. Tampoco le habló más de la obra de Arguedas. Solamente se dejaba querer por aquella mujer y esperaba el momento anhelado. De ella, lo único que en verdad le importaba era la ayuda que podría prestarle para lograr el nombramiento. La anhelada estabilidad laboral.

Ella le hablaba de formar un hogar y procrear un hijo. La señorita Raquel aún abrigaba la esperanza de ser madre, pese a su edad cronológica. Pero él le dijo que un empleado contratado de ninguna manera podía pensar en casarse. Necesitaba el nombramiento, para tener estabilidad laboral y poder asumir responsabilidades familiares. Así la presionó durante varios meses, hasta que por fin el gobierno autorizó el esperado concurso para nombramiento en el INEI.   

El concurso duró cuatro semanas. Fueron días de ansiedad para Luis Huallanca, y de febril actividad para la señorita Raquel. Ella no lo pasó muy bien, pues tuvo que transar y llegar a un acuerdo con el señor Mattos, jefe del INEI y el subjefe, señor Farías, los cuales también querían favorecer a sus propios allegados. Ella, que siempre se había conducido con absoluta imparcialidad, tuvo que negociar con aquellos altos burócratas para poder asegurar una plaza de nombramiento para Luis Huallanca. En la reunión tripartita que sostuvieron en privado, el señor Mattos se permitió un comentario malicioso:

-        Veo que por fin alguien logró convencerla de que no hay nada de malo en dar una pequeña ayuda a quien lo merece. Esa persona debe ser muy especial para usted...

El señor Farías, el subjefe, sonrió sin ningún reparo. La señorita Raquel, roja de vergüenza, no atinó a replicar.   

Cuando fue publicado el cuadro de mérito, con Luis Huallanca entre los ganadores de una plaza para nombramiento, la señorita Raquel suspiró, aliviada. Ella había cumplido su parte del trato, y no dudaba que Luis Huallanca cumpliría la suya. Se pasó varios días averiguando ofertas inmobiliarias. Necesitaría un nuevo departamento para su hogar. Luis Huallanca no disminuyó sus apremios hasta que por fin tuvo en sus manos una copia de aquel invalorable documento: la resolución jefatural que lo nombraba como empleado estable del INEI. Aquel día agasajó a la señorita Raquel como nunca antes. Comieron en un restaurante de primera, bailaron en una elegante discoteca, rieron hasta el hartazgo e hicieron el amor a lo grande, en un hotel caro. La señorita Raquel se sentía entre las nubes. Pero Luis Huallanca sabía que en verdad se estaba despidiendo de ella.

Fiel a su estilo, fue directo y cruel en su forma de abandonarla. Dos días después, por teléfono, le comunicó que su relación no daba para más. No dio explicaciones ni trató de suavizar la ruptura. Solamente le informó que la dejaba. Los ruegos y el llanto de aquella mujer no lo conmovieron en absoluto. Terminada la carne, el depredador abandonaba los huesos. Quince días después, Luis Huallanca comenzó a salir con una joven estudiante de economía que había conocido recientemente. Dos años después, se casó con ella.

Para mejorar sus ingresos mensuales, tres años después de su boda, gracias a unos amigos, entró a laborar en el Instituto Público Argentina, en el turno nocturno, como docente contratado. Allí las cosas eran diferentes. En el INEI era un funcionario nombrado, pero el Instituto Argentina dependía de la Dirección Regional de Educación de Lima, y ésta a su vez dependía del Ministerio de Educación. Era un ámbito laboral mucho más grande que en el INEI, y no tenía ninguna posibilidad de intrigar para lograr su nombramiento. Tuvo que resignarse a permanecer como docente contratado en el Instituto Argentina, rumiando su rencor y su fastidio. Sus repetidos fracasos en los concursos nacionales para nombramiento docente convocados por el gobierno aumentaron su malhumor. Cuando el gobierno dejó de anunciar aquellos concursos que daban la oportunidad de lograr el nombramiento, comenzó a detestar, no solamente a los demás economistas que en cada semestre concursaban por un contrato y competían con él, sino también a los docentes nombrados del Instituto. Empezó a alegrarse cuando un docente nombrado se jubilaba o fallecía, mucho más cuando se trataba de un economista. Para él, eso significaba más plazas para contrato y más posibilidades de seguir trabajando en el Instituto. Aquel trabajo nocturno le resultaba indispensable para completar sus ingresos.  

Solamente pensaba en sí mismo. No se conmovió en absoluto cuando se enteró de que Raquel Bermúdez, la mujer que lo había amado y ayudado tanto, había fallecido víctima de una afección cardiaca, probablemente agravada por la pena y la vergüenza de haber sido burlada por aquel canalla.

Así era Luis Huallanca, economista y docente contratado en el Instituto Argentina, y a quien los demás llamaban Kenyi. Un sujeto sin ninguna empatía con sus semejantes. Un verdadero chacal con forma humana. Un individuo que hubiese podido ser maestro de Judas Iscariote y del político francés Fouché, uno de los mayores traidores de la historia.

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Las cosas se complicaron para Kenyi en el año 2013. Los cambios en la currícula de estudios para institutos tecnológicos, dispuestos por el Ministerio de Educación, redujeron seriamente las asignaturas que podían ser dictadas por economistas, y el falso entre los falsos Luis Huallanca estuvo a un paso de no alcanzar una plaza de docente contratado. Los docentes nombrados tenían prioridad, y casi no quedaba ninguna asignatura para contrato. En esos días, más que nunca, odió a los cinco economistas nombrados que había en el Instituto.

Para no quedarse sin horas, tuvo que suplicar al subdirector, de nombre Arístides Menéndez y apodado Cocoliso, que le permitiesen dictar cursos de matemáticas que habían quedado libres, aunque no correspondían con su especialidad de economista. Por ser cursos de formación general, el profesor Menéndez accedió a sus ruegos. A cambio, Luis Huallanca se convirtió en el espía de las autoridades. En la sala de profesores, escuchaba atentamente todas las conversaciones de los docentes. Cuando oía algún comentario negativo contra el subdirector, corría a contárselo. Se convirtió en un moderno y siniestro Tucuyricuc.

Su rabia aumentó por un motivo puntual. Como no era especialista en el dictado de los cursos de matemáticas, cometió algunos errores en sus primeras clases. Cuando se enteraron otros docentes que sí eran de esa especialidad, empezaron a burlarse de él. Lo llamaron “el conjuntólogo”, como dando a entender que solamente dominaba los temas matemáticos más elementales. Su odio hacia todo el mundo aumentó al extremo.

Entonces, algunos hechos hicieron nacer malévolas esperanzas en su mente. Uno de los economistas nombrados, José Huamán, era diabético, y comenzó a sufrir los estragos de aquella terrible enfermedad. Sufrió algunas heridas que se negaron a cicatrizar, y comenzó a requerir licencias por enfermedad. Inmediatamente. Luis Huallanca se interesó por la salud de aquel colega. Constantemente preguntaba por el estado del profesor Huamán. Los demás docentes creían que era genuina preocupación por un compañero de trabajo, pero su interés era perverso. Era como el gallinazo que espera el desfallecimiento de la presa. Deseaba al profesor Huamán fuera del Instituto. Mejor aún, si era fuera de este mundo. Era ajeno a todo sentimiento humano.

Algunas noches el profesor Huamán, atormentado por sus rebeldes heridas, se sentaba durante largas horas en una apartada banca del patio, a cierta distancia de la sala de profesores. Aquella banca, casi siempre, estaba desocupada. Allí se sentaba el enfermo, buscando algo de sosiego en medio de su melancolía. Pero Luis Huallanca lo notó de inmediato e ideó una siniestra estrategia. Buscó un lugar apropiado en el balcón del cuarto piso, a modo de mirador. Cada vez que veía al profesor Huamán sentado en aquella banca, subía rápidamente al cuarto piso y desde allí lo miraba con infinito odio. Cuervo, buitre, gallinazo, en todo eso se convertía el malvado Kenyi. En verdad, lo que él deseaba era que el diabético notase sus miradas, y así ocurrió efectivamente una noche. El profesor Huamán, sentado, levantó la vista y pudo ver a lo lejos a aquel desalmado, que lo miraba con semblante cruel. Toda su poca tranquilidad se esfumó ante aquellas miradas de odio. Quedó aterrado. Y eso se repetía siempre que se sentaba en aquel lugar apartado.

Así persistió Kenyi hasta que, un día, llegó la noticia del fallecimiento del modesto, silencioso y apartado profesor José Huamán. El terror diario que sufría ante las miradas de aquel cuervo con forma humana, había precipitado su fin. En el colmo de la desdicha, había dejado desamparado a un hijo discapacitado. Nada de eso conmovió a Luis Huallanca, quien estuvo jubiloso durante varios días.

Solamente uno de los profesores nombrados, el economista Gerardo Luna, había comprendido desde el primer momento la naturaleza maquiavélica y ofídica de Kenyi. Lo aborreció más todavía con la muerte del humilde profesor José Huamán, por quien había sentido sincero afecto. Como gran observador que era, Luna había tomado nota de todo el siniestro accionar de Luis Huallanca.

-        La gente no se da cuenta de que tenemos a un Caín entre nosotros. Es una víbora que no merece ser docente de este Instituto. – repetía a unos pocos colegas, sin ser escuchado.

Una cosa que irritaba sobremanera al profesor Luna era que, por estar pronto a cumplir la edad límite, estaba cerca del retiro obligado. Solamente le quedaban dos años como docente activo, y entonces Kenyi se beneficiaría con una plaza adicional que aumentaría sus posibilidades de lograr una vacante para contrato. Ambos eran economistas.

Y Luna se devanaba los sesos, pensando cómo podría frustrar los planes de aquel malvado. Hasta que se alinearon los planetas y se dieron las condiciones para hacer justicia.

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Las cosas cambiaron nuevamente en el año 2014. El concurso para contrato, que siempre había sido semestral, pasó a ser anual. Fue un proceso febril para todos los docentes contratados, pero mucho más para aquel buitre con forma humana apodado Kenyi. Un docente nombrado apellidado Sáenz, que acostumbraba embromarlo, le dijo un día que había un nuevo requisito para los docentes que se presentaban al concurso. Cuando el ansioso Luis Huallanca le inquirió por aquella nueva exigencia, Sáenz, entre risas, le dijo que debía presentar un certificado de salud prostática firmado por un urólogo africano. El odio de Kenyi no tuvo límites.

Como siempre lo hacía, Luis Huallanca presentó su expediente con la documentación habitual, y se preparó para la acostumbrada clase magistral. Pero entonces recibió una noticia que lo sorprendió. El profesor Menéndez, subdirector titular, había solicitado y obtenido licencia sin goce de haber por tres meses, y la Dirección Regional de Educación había designado como subdirector encargado al profesor Gerardo Luna. Por reglamento, el subdirector debía presidir la Comisión Evaluadora para Contratos de Docentes. Luna asumió esa función, y entonces supo exactamente lo que debía hacer. No en vano había pasado situaciones difíciles en algunos concursos públicos convocados por Universidades nacionales. Era un zorro viejo en esas lides. Conocía todas las mañas de esos concursos.

Llegó el día, y Luis Huallanca se presentó, impecablemente vestido, para dar su clase magistral. Expuso su tema con sobriedad y prestancia. Era algo a lo que estaba acostumbrado. Pero entonces comenzó la ronda de preguntas de carácter profesional y de cultura general. Luna lo miró muy seriamente, y le preguntó:

-        Profesor, díganos usted: ¿Cuáles son las ventajas de elaborar el Balanced Scorecard, en una empresa de servicios que practica el Outsourcing, pero que no realiza Benchmarking?

Una bofetada no habría causado más sorpresa en Luis Huallanca. Se quedó boquiabierto.

El profesor Luna no hizo ningún gesto. Con hierático semblante, prosiguió:

-        No ha contestado. Vamos con otra pregunta. Díganos cuál fue, en el Perú, la tasa de inflación del año 1997.

Luis Huallanca permaneció en silencio. Su mente era un caos. Comprendía que estaba cayendo en una celada. Recordó que había visto un nombre nuevo en el cuadro de postulantes. Un tal Robinson Castro. No podía saber que aquel nuevo concursante, economista de profesión y que además contaba con una Maestría, había sido convocado y preparado por Luna. Kenyi sospechaba que aquel nuevo postulante iba a ser favorecido. No podía denunciar nada, pues los contubernios en esos concursos son casi imposibles de probar, y cualquier acusación apresurada le podía costar un proceso administrativo y hasta una denuncia penal.

Hubo otras dos preguntas, éstas de cultura general.

-        ¿Cuál es el nombre del ganador del Premio Nóbel de Literatura de 1983?

-        En estos momentos, en el Perú, son las diez horas y cincuenta minutos. ¿Qué hora es en Alemania?

 Tampoco hubo respuesta alguna. Luis Huallanca, apodado Kenyi, hizo una mueca indescifrable y se retiró del auditorio, derrotado como nunca antes.

No fue la única humillación. Al día siguiente, cuando rumiaba su cólera en la misma banca en donde antes se sentaba el infortunado profesor José Huamán, una de las víctimas de su maldad, se le acercó la señorita Aquila, encargada del personal, y le pidió que entregase la llave de su casillero, pues el ganador del concurso, el profesor Robinson Castro, debía instalarse.

Luis Huallanca dejó la llave sobre una mesa de la sala de profesores, con toda la rabia que era capaz de sentir. Cuando salía por la puerta del Instituto, maldijo a todo el personal docente, administrativo y de servicios.

Y es que los malvados, los inicuos, los perversos, no pueden reír siempre. Está escrito en la Biblia, en el libro de Romanos:

 “Mía es la venganza; yo pagaré – dice el Señor”.