Muchos hombres falsos y traidores han
pululado en este mundo, pero pocos como Luis Huallanca Vargas, apodado Kenyi, economista y profesor contratado en el Instituto Público “Argentina”.
Aleccionado por un tío cínico y calculador, desde pequeño aprendió a ganar a
costa de lo que fuese.
- En este mundo hay dos clases de hombres: los idiotas y los listos. El idiota espera que le den lo que le corresponde. El listo no espera que le den, sino que toma todo lo que puede –le dijo muchas veces su tío.
El pequeño Luis creció con esa mentalidad. Los escrúpulos estaban de más en la vida de un hombre listo. En el juego de las cartas aprendió a recortar cuidadosamente los bordes de los naipes para obtener siempre la carta más alta. En el juego de las canicas, guardaba en su bolsillo un pedazo de lija que usaba para practicar disimuladamente pequeñísimas magulladuras en las canicas de sus amigos, para que no corrieran derecho. Para congraciarse con su padre y obtener mejores propinas, delataba constantemente a su único hermano, llamado Roberto, por haber hecho travesuras con los muebles de la casa.
Cuando tenía trece años, su padre prometió que compraría una bicicleta a quien obtuviese las mejores calificaciones a fin de año. Ambos hermanos estudiaban en la misma escuela, pero en grados diferentes, pues Roberto era mayor por un año. De los dos, Luis Huallanca era el menos dedicado al estudio, por lo cual el padre y la madre de ambos niños dieron por sentado que Roberto sería el ganador. Pero un día, en la escuela, cuando faltaban dos semanas para los exámenes finales, los cuadernos de las dos asignaturas más importantes desaparecieron de la mochila de Roberto.
Nadie halló nunca los dos cuadernos. A Roberto le fue muy difícil estudiar con las fotocopias de los cuadernos de sus compañeros. Cuando entregaron las libretas de calificaciones, Luis Huallanca recibió la calificación más elevada. Pasó las fiestas de fin de año disfrutando con su bicicleta nueva, mientras su hermano contenía la ira. Éste nunca supo que uno de sus compañeros de aula había sido sobornado, monedas y golosinas de por medio, por Luis para robar los cuadernos. Luis Huallanca se iba formando así como un moderno Judas, un hombre sin bandera y sin escrúpulos, capaz de traicionar a cualquiera para ganar y absolutamente egoísta e indiferente ante el sufrimiento ajeno. Dispuesto a vender hasta a su propio hermano, ya no por un simple plato de lentejas, sino hasta por un tofi.
En ese mismo año, una tarde, una camioneta cargada con jaulas de plástico que contenían pollos vivos, volcó a pocos metros de su casa. Los vecinos corrieron a ayudar al chofer y a su ayudante, ambos seriamente heridos. En medio del tumulto, Luis Huallanca aprovechó para apoderarse de dos pollos y esconderlos en su casa. Su familia no pasaba apuros económicos y no era por necesidad que Luis Huallanca había cometido aquella reprobable acción. Simplemente, él entendía que toda oportunidad debía ser aprovechada, sin tomar en cuenta los sufrimientos ajenos.
Terminada su etapa escolar, estudió la carrera de economía en una Universidad particular. Luego de titularse y gracias a un amigo, entró a practicar en una dependencia del Instituto Nacional de Estadística e Informática, INEI. Eran doce practicantes, recibidos como tales por un período de cuatro meses, y los cinco mejores iban a obtener una plaza para contrato. Casi al final del período, Luis Huallanca estaba en el sexto lugar del cuadro de mérito. No llegaba a estar entre los cinco mejores. Pero no era hombre de detenerse ante nada. Buscó información de sus competidores, y logró averiguar que uno de ellos había pasado una noche detenido en una comisaría, acusado de golpear a su novia. Un sobre manila con un mensaje anónimo llegó un día al escritorio de la señora Azucena, su jefa directa, furibunda feminista, con una copia de la denuncia policial. Fue suficiente para que Luis Huallanca subiera al quinto lugar del cuadro de mérito y obtuviese el contrato.
Sin embargo, lo que todo empleado contratado del Estado anhela es la estabilidad laboral que otorga el nombramiento y Luis Huallanca decidió entonces que aquél debía ser su siguiente objetivo.
Cada vez que había concurso para nombramiento, el jefe de personal del INEI desempeñaba una función muy importante, pues integraba la comisión que se encargaba de dicho proceso. En aquella época, la jefa de personal del INEI era la señorita Raquel Bermúdez, una mujer soltera de treinta y seis años. Su voz educada era grata al oído, pero no era físicamente atractiva. Muy delgada y con una prominente nariz, había interesado a muy pocos hombres en su existencia. Luego de un par de vagas ilusiones momentáneas, se había resignado a no tener un compañero para toda la vida. La suya era la triste historia de las mujeres que se quedan solas sin haberlo imaginado ni deseado. Pero una tarde, en la cafetería del inmueble, encontró a Luis Huallanca sentado en una mesa contigua, elegantemente vestido y con un libro en la mano. Lo conocía, pues lo había atendido en su oficina en algunas ocasiones, cuando él indagaba por los papeles de su contrato.
Luis Huallanca había averiguado que la señorita Raquel era natural de Andahuaylas, en el departamento de Apurímac. Por ello, astutamente, aquel día llevaba consigo el libro Los Ríos Profundos de José María Arguedas. Lo había leído en tres noches, quitándole horas al sueño. Para ello había tenido que beber más de seis tazas de café. Así premunido, logró interesarla hablándole de la obra del ilustre escritor andahuaylino. Le dijo que anhelaba visitar Andahuaylas y conocer la casa natal de Arguedas. La señorita Raquel quedó encantada.
- La obra de Arguedas es de lectura obligatoria para todo peruano bien nacido –le dijo Luis Huallanca, poniendo énfasis en todas sus palabras.
-
Me alegro de verlo y escucharlo, señor Huallanca
–dijo ella–. Es usted un hombre culto e interesante.
- No tanto como usted, señorita. ¿Me permitirá conversar nuevamente con usted, aunque sea por teléfono, o seré tan desdichado que no volveré a hablar con usted acerca de la cultura apurimeña?
Aquella mujer había oído tan pocas
frases melosas en su vida, que no supo qué contestar. Solamente atinó a sonreír
y a darle lo que Luis Huallanca buscaba aquel día: su número de teléfono.
Luis Huallanca tenía su plan muy bien formado. En una semana leyó casi todos los demás relatos de Arguedas. Le interesó mucho el cuento Warma Kuyay (Amor de niño), por su tema romántico que se prestaba para sus fines de seducción. También se aprendió de memoria varias canciones apurimeñas. Comenzó a llamar a la señorita Raquel a menudo, por las noches. Luego de algunos meses, logró que ella aceptara salir con él a pasear. En una oportunidad, rasgando toscamente una guitarra, le cantó una canción regional muy conocida:
Ese río de Andahuaylas
casi
casi me ha llevado
y
una linda profesorita
en
sus brazos me ha salvado
Con una amabilidad que no le costaba fingir, Luis Huallanca visitó en varias oportunidades a la señorita Raquel en su casa, llevando pequeños obsequios para ella y para su anciana madre. La señorita Raquel no pudo soportar durante mucho tiempo aquel asedio. Una tarde, en un restaurante de comida apurimeña, se dejó abrazar y besar por Luis Huallanca.
Siempre se ha dicho que, en la vida de toda mujer, hay solamente un hombre al cual ella entrega todas sus ilusiones. Cuando Luis Huallanca supo que la había conquistado, tomó todo de aquella mujer, y lo tomó con rudeza, sin ninguna ternura, sin emoción ni agradecimiento. Se comportó como quien avanza un paso más hacia la meta. Procedió como el zorro que, para sobrevivir, se resigna a comer desechos dejados por otros depredadores, mientras espera la oportunidad de cazar una presa más apetecible.
La intimidad cerró el círculo e hizo a Raquel Bermúdez totalmente esclava de aquel hombre. Se desesperaba si él dejaba pasar un día sin llamarla. Le rogaba que tomase la guitarra y le cantase una canción. Luis Huallanca la complacía solamente lo necesario para mantener vigente la relación. No volvió a hablarle de visitar Andahuaylas. Tampoco le habló más de la obra de Arguedas. Solamente se dejaba querer por aquella mujer y esperaba el momento anhelado. De ella, lo único que en verdad le importaba era la ayuda que podría prestarle para lograr el nombramiento. La anhelada estabilidad laboral.
Ella le hablaba de formar un hogar y procrear un hijo. La señorita Raquel aún abrigaba la esperanza de ser madre, pese a su edad cronológica. Pero él le dijo que un empleado contratado de ninguna manera podía pensar en casarse. Necesitaba el nombramiento, para tener estabilidad laboral y poder asumir responsabilidades familiares. Así la presionó durante varios meses, hasta que por fin el gobierno autorizó el esperado concurso para nombramiento en el INEI.
El concurso duró cuatro semanas. Fueron días de ansiedad para Luis Huallanca, y de febril actividad para la señorita Raquel. Ella no lo pasó muy bien, pues tuvo que transar y llegar a un acuerdo con el señor Mattos, jefe del INEI y el subjefe, señor Farías, los cuales también querían favorecer a sus propios allegados. Ella, que siempre se había conducido con absoluta imparcialidad, tuvo que negociar con aquellos altos burócratas para poder asegurar una plaza de nombramiento para Luis Huallanca. En la reunión tripartita que sostuvieron en privado, el señor Mattos se permitió un comentario malicioso:
- Veo que por fin alguien logró convencerla de que no hay nada de malo en dar una pequeña ayuda a quien lo merece. Esa persona debe ser muy especial para usted...
El señor Farías, el subjefe, sonrió sin ningún reparo. La señorita Raquel, roja de vergüenza, no atinó a replicar.
Cuando fue publicado el cuadro de mérito, con Luis Huallanca entre los ganadores de una plaza para nombramiento, la señorita Raquel suspiró, aliviada. Ella había cumplido su parte del trato, y no dudaba que Luis Huallanca cumpliría la suya. Se pasó varios días averiguando ofertas inmobiliarias. Necesitaría un nuevo departamento para su hogar. Luis Huallanca no disminuyó sus apremios hasta que por fin tuvo en sus manos una copia de aquel invalorable documento: la resolución jefatural que lo nombraba como empleado estable del INEI. Aquel día agasajó a la señorita Raquel como nunca antes. Comieron en un restaurante de primera, bailaron en una elegante discoteca, rieron hasta el hartazgo e hicieron el amor a lo grande, en un hotel caro. La señorita Raquel se sentía entre las nubes. Pero Luis Huallanca sabía que en verdad se estaba despidiendo de ella.
Fiel a su estilo, fue directo y cruel en su forma de abandonarla. Dos días después, por teléfono, le comunicó que su relación no daba para más. No dio explicaciones ni trató de suavizar la ruptura. Solamente le informó que la dejaba. Los ruegos y el llanto de aquella mujer no lo conmovieron en absoluto. Terminada la carne, el depredador abandonaba los huesos. Quince días después, Luis Huallanca comenzó a salir con una joven estudiante de economía que había conocido recientemente. Dos años después, se casó con ella.
Para mejorar sus ingresos mensuales, tres años después de su boda, gracias a unos amigos, entró a laborar en el Instituto Público Argentina, en el turno nocturno, como docente contratado. Allí las cosas eran diferentes. En el INEI era un funcionario nombrado, pero el Instituto Argentina dependía de la Dirección Regional de Educación de Lima, y ésta a su vez dependía del Ministerio de Educación. Era un ámbito laboral mucho más grande que en el INEI, y no tenía ninguna posibilidad de intrigar para lograr su nombramiento. Tuvo que resignarse a permanecer como docente contratado en el Instituto Argentina, rumiando su rencor y su fastidio. Sus repetidos fracasos en los concursos nacionales para nombramiento docente convocados por el gobierno aumentaron su malhumor. Cuando el gobierno dejó de anunciar aquellos concursos que daban la oportunidad de lograr el nombramiento, comenzó a detestar, no solamente a los demás economistas que en cada semestre concursaban por un contrato y competían con él, sino también a los docentes nombrados del Instituto. Empezó a alegrarse cuando un docente nombrado se jubilaba o fallecía, mucho más cuando se trataba de un economista. Para él, eso significaba más plazas para contrato y más posibilidades de seguir trabajando en el Instituto. Aquel trabajo nocturno le resultaba indispensable para completar sus ingresos.
Solamente pensaba en sí mismo. No se conmovió en absoluto cuando se enteró de que Raquel Bermúdez, la mujer que lo había amado y ayudado tanto, había fallecido víctima de una afección cardiaca, probablemente agravada por la pena y la vergüenza de haber sido burlada por aquel canalla.
Así era Luis Huallanca, economista y docente contratado en el Instituto Argentina, y a quien los demás llamaban Kenyi. Un sujeto sin ninguna empatía con sus semejantes. Un verdadero chacal con forma humana. Un individuo que hubiese podido ser maestro de Judas Iscariote y del político francés Fouché, uno de los mayores traidores de la historia.
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Las cosas se complicaron para Kenyi en el año 2013. Los cambios en la currícula de estudios para institutos tecnológicos, dispuestos por el Ministerio de Educación, redujeron seriamente las asignaturas que podían ser dictadas por economistas, y el falso entre los falsos Luis Huallanca estuvo a un paso de no alcanzar una plaza de docente contratado. Los docentes nombrados tenían prioridad, y casi no quedaba ninguna asignatura para contrato. En esos días, más que nunca, odió a los cinco economistas nombrados que había en el Instituto.
Para no quedarse sin horas, tuvo que suplicar al subdirector, de nombre Arístides Menéndez y apodado Cocoliso, que le permitiesen dictar cursos de matemáticas que habían quedado libres, aunque no correspondían con su especialidad de economista. Por ser cursos de formación general, el profesor Menéndez accedió a sus ruegos. A cambio, Luis Huallanca se convirtió en el espía de las autoridades. En la sala de profesores, escuchaba atentamente todas las conversaciones de los docentes. Cuando oía algún comentario negativo contra el subdirector, corría a contárselo. Se convirtió en un moderno y siniestro Tucuyricuc.
Su rabia aumentó por un motivo puntual. Como no era especialista en el dictado de los cursos de matemáticas, cometió algunos errores en sus primeras clases. Cuando se enteraron otros docentes que sí eran de esa especialidad, empezaron a burlarse de él. Lo llamaron “el conjuntólogo”, como dando a entender que solamente dominaba los temas matemáticos más elementales. Su odio hacia todo el mundo aumentó al extremo.
Entonces, algunos hechos hicieron nacer malévolas esperanzas en su mente. Uno de los economistas nombrados, José Huamán, era diabético, y comenzó a sufrir los estragos de aquella terrible enfermedad. Sufrió algunas heridas que se negaron a cicatrizar, y comenzó a requerir licencias por enfermedad. Inmediatamente. Luis Huallanca se interesó por la salud de aquel colega. Constantemente preguntaba por el estado del profesor Huamán. Los demás docentes creían que era genuina preocupación por un compañero de trabajo, pero su interés era perverso. Era como el gallinazo que espera el desfallecimiento de la presa. Deseaba al profesor Huamán fuera del Instituto. Mejor aún, si era fuera de este mundo. Era ajeno a todo sentimiento humano.
Algunas noches el profesor Huamán, atormentado por sus rebeldes heridas, se sentaba durante largas horas en una apartada banca del patio, a cierta distancia de la sala de profesores. Aquella banca, casi siempre, estaba desocupada. Allí se sentaba el enfermo, buscando algo de sosiego en medio de su melancolía. Pero Luis Huallanca lo notó de inmediato e ideó una siniestra estrategia. Buscó un lugar apropiado en el balcón del cuarto piso, a modo de mirador. Cada vez que veía al profesor Huamán sentado en aquella banca, subía rápidamente al cuarto piso y desde allí lo miraba con infinito odio. Cuervo, buitre, gallinazo, en todo eso se convertía el malvado Kenyi. En verdad, lo que él deseaba era que el diabético notase sus miradas, y así ocurrió efectivamente una noche. El profesor Huamán, sentado, levantó la vista y pudo ver a lo lejos a aquel desalmado, que lo miraba con semblante cruel. Toda su poca tranquilidad se esfumó ante aquellas miradas de odio. Quedó aterrado. Y eso se repetía siempre que se sentaba en aquel lugar apartado.
Así persistió Kenyi hasta que, un día, llegó la noticia del fallecimiento del modesto, silencioso y apartado profesor José Huamán. El terror diario que sufría ante las miradas de aquel cuervo con forma humana, había precipitado su fin. En el colmo de la desdicha, había dejado desamparado a un hijo discapacitado. Nada de eso conmovió a Luis Huallanca, quien estuvo jubiloso durante varios días.
Solamente uno de los profesores nombrados, el economista Gerardo Luna, había comprendido desde el primer momento la naturaleza maquiavélica y ofídica de Kenyi. Lo aborreció más todavía con la muerte del humilde profesor José Huamán, por quien había sentido sincero afecto. Como gran observador que era, Luna había tomado nota de todo el siniestro accionar de Luis Huallanca.
- La gente no se da cuenta de que tenemos a un Caín entre nosotros. Es una víbora que no merece ser docente de este Instituto. – repetía a unos pocos colegas, sin ser escuchado.
Una cosa que irritaba sobremanera al profesor Luna era que, por estar pronto a cumplir la edad límite, estaba cerca del retiro obligado. Solamente le quedaban dos años como docente activo, y entonces Kenyi se beneficiaría con una plaza adicional que aumentaría sus posibilidades de lograr una vacante para contrato. Ambos eran economistas.
Y Luna se devanaba los sesos, pensando cómo podría frustrar los planes de aquel malvado. Hasta que se alinearon los planetas y se dieron las condiciones para hacer justicia.
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Las cosas cambiaron nuevamente en el año 2014. El concurso para contrato, que siempre había sido semestral, pasó a ser anual. Fue un proceso febril para todos los docentes contratados, pero mucho más para aquel buitre con forma humana apodado Kenyi. Un docente nombrado apellidado Sáenz, que acostumbraba embromarlo, le dijo un día que había un nuevo requisito para los docentes que se presentaban al concurso. Cuando el ansioso Luis Huallanca le inquirió por aquella nueva exigencia, Sáenz, entre risas, le dijo que debía presentar un certificado de salud prostática firmado por un urólogo africano. El odio de Kenyi no tuvo límites.
Como siempre lo hacía, Luis Huallanca presentó su expediente con la documentación habitual, y se preparó para la acostumbrada clase magistral. Pero entonces recibió una noticia que lo sorprendió. El profesor Menéndez, subdirector titular, había solicitado y obtenido licencia sin goce de haber por tres meses, y la Dirección Regional de Educación había designado como subdirector encargado al profesor Gerardo Luna. Por reglamento, el subdirector debía presidir la Comisión Evaluadora para Contratos de Docentes. Luna asumió esa función, y entonces supo exactamente lo que debía hacer. No en vano había pasado situaciones difíciles en algunos concursos públicos convocados por Universidades nacionales. Era un zorro viejo en esas lides. Conocía todas las mañas de esos concursos.
Llegó el día, y Luis Huallanca se presentó, impecablemente vestido, para dar su clase magistral. Expuso su tema con sobriedad y prestancia. Era algo a lo que estaba acostumbrado. Pero entonces comenzó la ronda de preguntas de carácter profesional y de cultura general. Luna lo miró muy seriamente, y le preguntó:
- Profesor, díganos usted: ¿Cuáles son las ventajas de elaborar el Balanced Scorecard, en una empresa de servicios que practica el Outsourcing, pero que no realiza Benchmarking?
Una bofetada no habría causado más sorpresa en Luis Huallanca. Se quedó boquiabierto.
El profesor Luna no hizo ningún gesto. Con hierático semblante, prosiguió:
- No ha contestado. Vamos con otra pregunta. Díganos cuál fue, en el Perú, la tasa de inflación del año 1997.
Luis Huallanca permaneció en silencio. Su mente era un caos. Comprendía que estaba cayendo en una celada. Recordó que había visto un nombre nuevo en el cuadro de postulantes. Un tal Robinson Castro. No podía saber que aquel nuevo concursante, economista de profesión y que además contaba con una Maestría, había sido convocado y preparado por Luna. Kenyi sospechaba que aquel nuevo postulante iba a ser favorecido. No podía denunciar nada, pues los contubernios en esos concursos son casi imposibles de probar, y cualquier acusación apresurada le podía costar un proceso administrativo y hasta una denuncia penal.
Hubo otras dos preguntas, éstas de cultura general.
- ¿Cuál es el nombre del ganador del Premio Nóbel de Literatura de 1983?
-
En estos momentos, en el Perú, son las diez horas
y cincuenta minutos. ¿Qué hora es en Alemania?
No fue la única humillación. Al día siguiente, cuando rumiaba su cólera en la misma banca en donde antes se sentaba el infortunado profesor José Huamán, una de las víctimas de su maldad, se le acercó la señorita Aquila, encargada del personal, y le pidió que entregase la llave de su casillero, pues el ganador del concurso, el profesor Robinson Castro, debía instalarse.
Luis Huallanca dejó la llave sobre una mesa de la sala de profesores, con toda la rabia que era capaz de sentir. Cuando salía por la puerta del Instituto, maldijo a todo el personal docente, administrativo y de servicios.
Y es que los malvados, los inicuos, los perversos, no pueden reír siempre. Está escrito en la Biblia, en el libro de Romanos:
“Mía es la venganza; yo pagaré – dice el Señor”.
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